Mis experiencias de viajes de placer, negocios, aventuras viajeras por todo el mundo. Una confesión de lo que hago y mis comentarios globales a cerca del mundo en el que vivimos.
CONFIESO que he VIAJADO - De como Orula fue salvado de la muerte
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Tocaba despegar de México al día siguiente, Iba a Panamá por trabajo. Sentado en el avión y pensando en el magistral despegue del DF que siempre remiro y admiro cogí el   libro de lectura de mi  maletín   y nada más abrirlo, me toca un capítulo en el que  veo un patakí  o cuento mitológico de Orula que decía así.  (No puedo más que pensar en ello y se me pone la carne de gallina. ¿Esto fue casualidad? -Porqué los Hijos de Orula llevan siempre el Ildé  (pulsera de cuentas Verdes y amarillas) en la muñeca de la mano.

Allá en su tierra, en los tiempos en los que ninguno de nosotros pensábamos nacer , ni siquiera que iríamos a vivir a una de las regiones ni que atravesáramos grandes llanuras de aguas que a veces, cansadas, de ser tan planas se convertían en montañas difíciles de atravesar. Orula era odiado, muy odiado, porque leía el futuro, podía curar a la gente y sabía lo que iba a suceder. Además, evitaba los males de los amigos o de los que venían a pedir su ayuda. Tanta fue la insidia de sus enemigos que logramos convencer al Ikú para que llevara a Orula. Y la Ikú (La dueña de la guadaña), sin dudar de que hacía un bien, se encaminó al pueblo de Orula y planeo mirarle fijamente a los ojos hasta robarle el fuego de la vida que ardía en ellos. Pero Orula se tiraba el Ekuele(2) todas las mañanas y en una de ellas vio la letra (3) que avisaba delos propósitos de la Ikú y de sus detractores. Orula se fue al río, se bañó con agua clara. Mató a una chiva, gallos, gallinas y pollos con los que preparó ricos platos, además de guardar en tinajas mucha bebida.

Orula se paró en la puesta de su Ilé, (Morada) pero como Orula, porque la cara se la pintó de blanco. Sabía que la dueña de la guadaña era poderosa y no se podía atacar de frente.  Orula se sentía seguro, fuerte y muy ligero en sus movimientos. Le esperó sin apuro mientras las cazuelas trabajaban. El vio aproximarse al Ikú y la saludó. Ella la preguntó si aquella era la casa de Orula. Pero Orula respondió que no. Y entonces la Ikú recorrió todo el caserío indagando por Orula. No Obstante, era tanto el pánico que causaba la Ikú en el pueblo, que muchos hablaron con tal de alejarla de sus casas. La Ikú no podía creer que Orula la hubiera engañado, a pesar de que todas las descripciones del hombre que buscaba coincidían con el que le había dicho que allí no vivía Orula. Fueron tantas las voces que dijeron los mismo o casi lo mismo que, malhumorada decidió regresar a la primera vivienda, aunque tenía algo de  duda; le costaba creer que había sido engañada, el no darse cuenta que tenía a Orula ante ella. De nuevo tocó la puerta. Al abrirla Orula el olor a comida sazonada le dio la bienvenida, le hizo sentir hambre y deseó probar aquello que olía tan rico. En su mente se cruzaron dos ideas: El llevarse a Orula o  comer, pero Orula seguro ya de que la Ikú le había descubierto, le sonrió y la invitó a que se sentara a la mesa y probara lo que acababa de poner sobre ella. Lo dijo de una forma tan natural, que la Ikú decidió probar aquellos bocados que , no solo olían bien , sino que  los colores de cada alimento  provocaban aún más el apetito de cualquiera que los contemplara. Pero el estómago de la Ikú era insaciable, y muchos fueron los manjares y las bebidas que le ofreció Orula; a ninguno rechazó tentada siempre por probar el  próximo y teniendo en cuenta lo bueno y jugoso que había encontrado el último ingerido que siempre parecía mejor que el anterior. La idea de llevarse a Orula la postergaba para cuando concluyera el último plato. Al levantarse , se dirigió  resuelta  a terminar  su misión, se tambaleó y por mucho que quiso sostenerse, cayó al piso de tierra, fue en vano el apoyarse en la guadaña. Los pensamientos se mezclaron y pareció en ese  momento que en  los párpados se posaban montañas y por mucho que trató de pararse , pudo más la fuerza del piso.

Orula sonrió y abrió las ventanas y puertas de su ilé; mandó después a sus mujeres a llamar al vecindario que, temeroso, se había escondido. Nadie podía creer lo que  ellas decían,  pensaban que era una trampa dela Ikú para llevarse más gente. Pero fue tanta la insistencia, tantos los gritos de llamadas y la curiosidad, algo que nunca deja de funcionar, que se asomaron por las ventanas. Luego todo el pueblo desfiló ante la Ikú que roncaba acostada sobre el piso. Cuando despertó, instintivamente buscó la guadaña; se asustó, realmente el pánico que la abrazó con palabras terribles, pero Orula no le respondió. Ella se movía suplicando la devolución de su guadaña. Amedrentó  al pueblo  para que le ayudara a recuperarla, pero nadie se movió sin hacerse los sordos o los ignorantes. La Ikú, ya al  borde de la locura, se tiró a los pies de Orula, lloró y rogó nuevamente. Orula meditó  mucho en poco tiempo , porque en realidad ,  la respuesta a las súplicas de la Ikú la tenía desde el mismo momento de ir al río.  Él sabía que sin la guadaña la Ikú nada podía hacer; él era más fuerte que la Ikú. No habría  más llantos ni entierros; ese era el deseo de la gente. Pero Orula no pidió ir contra Olofi (Dios) y Olofi había pedido que Obatalá(santo del panteón de la santería)  creara a los hombres y que estos murieran por vejez. Por enfermedades, por accidentes, o por guerras. Ese era el oficio de la Ikú recogerlos, acompañarlos. Los otros Orichas (santos) tenían también sus tareas, y sólo Olofi, por encima de Obatalá tenía el poder de retirar esa gracia. Con voz enérgica habló Orula. Le hizo jurar a la Ikú el cumplimiento de un pacto que le haría más fuerte aún. Desde entonces, cada vez que la Ikú se lleva a uno se le hace saber a Orula y solo se lleva a los que siguen  el camino de Ifá sólo  cuando Orula está de acuerdo en entregárselos; por eso para que la Ikú sepa quiénes son los Hijos de Orula, los que adoran a Ifá llevan el Ildé de cuentas amarillas y verdes.

(1)Iku es la dueña de la guadaña.


Extraído del libro Hablen Paleros y Santeros
Tomas Fernandez Robaina
Editorial ciencias sociales
La Habana 2007.

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