Después de un café cubano fuerte y con mucho azúcar, el desapareció del comedor, al instante vino con un mazo de llaves y me hizo un gesto para bajar las escaleras de la casa. Ya en la calle, nos dirigimos a un garaje contiguo que pertenecía a unos vecinos suyos, introdujo la llave en la cerradura y tras un leve forcejeo, abrió una puerta de chapa metálica que tenía soldada a un enrejado. Al abrir la puerta ahí estaba, quietecito, bajo la sombra de la chapa metálica.
Se veía la parte trasera. Un Moscovich Azul, buen estado de chapa, la pintura,eso sí descolorida, pero se veía bien robusto y sólido. Aparentaba tener unas ruedas mas anchas de lo normal. Su tapicería estaba vieja pero sin un roto. El salpicadero era negro y estaba repasado con algo de plástico por encima para poder tapar las marcas que el Sol había ido grabando sobre este. El aspecto general daba confianza así que llegó el momento de sacarlo. Me sugirió que me apartara y me dijo que le esperara fuera para darme unas cuantas recomendaciones de uso.